Es increible pensar que ciertos acontecimientos pueden ser tan drásticos, tan drásticos que modifican absolutamente la personalidad y el pensamiento de cada uno. Es tan terrorífico pensar que pueden ocurrir en cualquier momento, que van a ocurrir en el segundo menos pensado, sin dejar tiempo siquiera de tomar coraje, antes de saltar del trampolín.
Hace exactamente un año, era feliz. A esta hora me estaba bañando, luego fui a comer, comí bien. Estaba muy alegre, me estaba visitiendo para ir a visitar a mi novia, hacía unos días que no veía. Mientras me lavaba los dientes sonó el teléfono. Media hora de incertidumbre, media hora de pensar en lo trágico, media hora de desear con toda la mente y el alma estar equivocado. Sin embargo no lo estaba.
De allí siguieron días silenciosos, confusos, muy grises. Días donde se perdia todo el sentido, donde ya no quedaban ganas de seguir intentando. ¿De qué forma deberíamos reaccionar?, ¿De qué forma queremos reaccionar?, ¿De que forma tenemos que reaccionar, para mostrarle a los otros que no todo está perdido?… La única respuesta es que de cualquier forma que reaccionemos, vamos a estar mal, vamos a cambiar.
Yo me centré, me cerré, sólo pensé en mi, en qué es lo que yo quería, que es lo que me interesaba, qué es lo que necesitaba. Sin embargo, tan ciego y confundido, cree falsas necesidades, nunca necesité nada de lo que prioricé. Y perdí, perdí aquello que necesitaba, muchas cosas, mucho perdí, me convertí en alguien a quien no necesito, me convertí en alguien que no quiero ser, perdí a quienes quería.
A las tres y media se cumple un año desde que empezó todo, algo he recuperado, en algun momento pude hacer un stop, espero, algún día, recuperar al menos la mitad de lo que perdí, pero sé que no va a ser fácil.
Por eso, un año después, brindo por aquello que perdí, brindo por vos, brindo por mi, abuelo, brindo por vos también.